Quise resucitar al caballero negro. Con un nuevo rostro. Yo he cambiado y él también lo ha hecho. Espero no haber perdido el toque y poder regresarlo a la vida de la forma que merece.
El olor de la tierra lo recibe a uno a su llegada…un olor a tequila, a café, canela y un poco de leche…
En un lugar donde no ocurre otra cosa mas que el amontonamiento de los segundos en la fosa del pasado, de la cual quienes habitan allí se niegan a salir en virtud de una extraña melancolía, la llegada de un forastero a este lugar olvidado siempre es noticia. Nadie sabe quien es, aunque por el negro de sus ropas y las cruces que lleva consigo, tal vez sea un sacerdote o un seminarista. O quizá no, quizá sea uno de eso chilangos satánicos , que andaba buscando Tepa o Guadalajara, y al no encontrarlos se quedo en el pueblo a beber.
La gente del lugar es muy religiosa, con un respeto profundo al Nazareno y su Sagrada Familia. Los viejos pelearon a tiros con los Federales el derecho a rezar el Padre Nuestro y comulgar cada domingo. En todo el pueblo, sobre todo en la memoria de quienes lo vivieron y en la imaginación de aquellos a quienes les han contado sus hazañas, hay huellas de los combates. Incluso, en la mas brillante de las campanas de la parroquia, se muestra la marca de un tiro, como recuerdo de que tuvo que derramarse sangre para que repicaran.
Si los muros de la parroquia y las campanas de sus torres hablaran…pedirían a gritos otra Guerra Cristera. Porque no tendrían otra cosa que contar. Después de que la Iglesia y el ejército pactaran la paz, no ha pasado nada interesante. Sólo el diario trajinar de hombres que llevan la leche, la cosecha o el tequila recién sacado de la barrica una y otra vez, mujeres contando las intimidades del pueblo (que siempre es la misma historia..un hijo que se va de ilegal, jovencitas preñadas a tierna edad, infidelidades y maltrato), niños corriendo, a veces con un balón de tela en los pies , y ver como el polvo y el tiempo se acumulan en sus muros.
Nadie sabe quién es el muchacho de negro. Pero el los conoce a casi todos. Sólo no los mira a los ojos. No puede. No debe. No quiere. Ni siquiera se santigua frente al Altísimo. En este mismo lugar, hace ya muchos años, perdió la fe en todo santo, toda virgen, todo Cristo. Mas el Redentor lo persigue, a todas partes. Por eso no puede evitar vibrar cuando lo mira agonizante, en lo alto de la cruz, deseando haber sido él quien le clavara pies y manos, o quien le hiriera el costado. Por eso siempre lleva consigo un crucifijo, por eso las cruces le son tan sagradas.
Es casi la misma gente, haciendo casi las mismas cosas. O al menos respecto a la última vez que estuvo aquí. Si algo ha cambiado, es porque en esta tierra hay mas niños. Muchos. Y solos, porque el padre ha huido del pueblo, a ganarse el pan en una tierra extraña o porque teme afrontar su destino. El muchacho recién llegado alguna vez quizo hijos y una familia. Ahora no está seguro si realmente es así. O es sólo un reflejo de la añoranza que su padre tenía por hacer de él un clon a su imagen y semejanza.
Sabe a donde ir. Por más distraído, despistado o desorientado que uno sea, es imposible perderse en éste lugar. Y normalmente, sólo quienes han perdido el rumbo se quedan aquí. Como el chico de negro. Hace años llego y justo aquí perdió el rumbo. Tras caminar tanto tiempo sin brújula, regresó a enfrentar su pasado, un pasado que lo persigue a casa esquina de este pueblo a la que se dirija. Por tanto, sabe a dónde ir.
Por eso camina en las calles polvorientas y empedradas, hacia una casita de adobe en lo alto de un cerro. El banquete de café y tequila que le han preparado puede olerse a la distancia…alguien le espera.
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