Friday, April 18, 2008

El ser y la vida del hombre de arena, entre los soles oscuros del sufrimiento y el placer (parte 2)

Ya saben, pueden copiar este trabajo y mostrarlo a quien deseen, o usarlo para sus tareas, pero nada de andar lucrando con esto. Tengo los originales impresos, así que puedo hacerles una controversia. Enjoy.

El cristianismo y toda religión, proponen la existencia de dicho plano, mas no de la oportunidad de elevar el espíritu. La muerte es una puerta, para los elegidos, al palacio de aquél que es llamado Cristo. Para alcanzarlo, y ‘ver su rostro’, es preciso existir con el único propósito de alcanzar un sitio en los reinos del cielo. Sin embargo, se olvidan de vivir, de existir. Olvidan cultivar su conciencia, atados al poder. El dominio les hace negar el dolor, darle la vuelta a la muerte, no mirarla de frente. El saber es una pena, que debe ser ahorrada. Incluso, les hacen creer que la existencia es un suplicio que terminará, para ser sanados en el regazo del Señor.

Por ello “quien conoce el dolor se acerca a la sabiduría”[1]. Quien vive, conciente de que su deber es construir una conciencia, se dedica a cultivar su Ser, sin alejarse del mundo. Porque, es en este plano donde se desarrolla, con el cuerpo que posee. No puede negarse como un ser, el cual siente, el cual existe, el cual está lleno de deseos. El individuo, usualmente, tiene dos opciones. O hundirse en el infierno de sí mismo, sin la posibilidad o con el miedo a explotar sus posibilidades, o arrancarse de su cuerpo, cultivando el espíritu puro. En ambos casos, el cuerpo queda reducido a una escoria, a una piel que será destruida pronto y la cual, o es usada para atársela al cuello, o simplemente debe de ser olvidada.

¿Es imposible, en cualquier caso, lograr una elevación de conciencia en este plano humano? Tal vez estamos mirando muy arriba. Mirando a encontrar, en un sol de divinidad dominadora, una respuesta fría a las necesidades del espíritu. Existe un dicho popular que reza “las mejillas del Diablo, son las nalgas de Dios”. Al final, no es sólo la humanidad lo que se relega al fondo de un pozo, sino también la oportunidad de encontrar eso que llaman ‘iluminación’, sin arrancarte del mundo terrenal. Tal vez, sea posible al asirse un poco más a esas raíces, existiendo sin separarte de lo humano. Tal vez, se logre, exaltando lo humano, usándolo como escape de las atrocidades del espíritu.

“La erección y el sol escandalizan lo mismo que el cadáver y la oscuridad de las cuevas”[2]. El individuo niega que mantiene un deseo. Porque, ante el aséptico dominio de la religión del Sol, desear el placer es un pecado. Lo es, más todavía, ser partícipe del mismo. Escandaliza la elevación de un hombre al nivel de la sacralidad solar, a través de la sabiduría y el placer continuo. Porque, ante la comunidad que vive penando su mortalidad, el ascender a Dios mediante la corporeidad provoca el desconcierto. El desconcierto genera envidia, luego rechazo y una crisis de los individuos por desconocer, muy a su pesar, la forma en que pueden alcanzar ese estado.

Padecen el cuerpo. Sufren con él y por él. Pero la mayoría nos dejamos a abandonarlo. Hay muchas razones. Tal vez abandonar todo lo que se tiene en este mundo es muy difícil de abandonar para quien muere. Quizá, también, porque teme no poder encontrarse con esa elevación de conciencia en el otro plano. Para muchos, eso es el infierno, más allá de los paraísos congelados papales. Temen no encontrar a su Dios, o peor aún, que dicho Cristo no exista. Un miedo a no completarse. Un miedo a no ser más. Un terror hacia la anti-materialidad. Miedo a sumirse en el oscuro vacío, con la oscuridad de una cueva.

¿Cómo evitar el horror? Enfrentando a la muerte. Enfrentando a la materia viva que nos forma. Enfrentando a la conciencia de que el cuerpo se marchitará algún día, dejando libre al espíritu. Pero el espíritu, es decir, la conciencia, se forma aquí. Se desarrolla en este plano, y sólo acercándolo a sus límites, es decir, los límites del cuerpo, puede elevarse. Si se enfrentan los límites de la mente, la conciencia genera sabiduría. Enfrentando los límites del placer, el cuerpo se acerca a la esencia de la vida, que es la creación. Por tanto, se genera sabiduría. Enfrentando a los límites del dolor, acercándose a la antesala de la muerte, se crea conciencia.

Enfrentar el placer y el dolor es un asunto mucho más profundo que hacerse cortes con una navaja en las muñecas de manera recurrente. O de arrojarse a un precipicio cada cierto tiempo con una cuerda atándote a tierra firme. No, es muy diferente. Es acercarse a la muerte, con el dolor o mediante el sacrificio. Tiene que sentirse morir o, en el caso del sacrificio, “identificarse con el herido de muerte, así se muere viéndose morir con el arma del sacrificio”[3]. O, en todo caso, debe aceptar a la muerte como lo que es. Es, al final, doloroso. Pero recordemos que quien conoce el dolor se acerca a la sabiduría.

Quien rechaza el placer se rechaza a sí mismo. Rechaza la expresión del Jésuve, “la imagen del movimiento erótico, dando por fractura a las ideas contenidas en la mente la fuerza de una erupción escandalosa”[4], en su propio ser. El Jésuve es, en tanto, el producto eterno de la pasión natural. Un eterno coito interior. Un eterno deseo. Los deseos fluyen por la corporeidad humana. Es decisión del ser humano si los reprime o los deja libres. Si los reprime para elevarse o para frustrarse. Si les libera, si los sacia, para ascender en el plano de la conciencia, o para hundirse en una cloaca inmunda.

Para Alejandro Jodorowsky, existen tres niveles del ser. El sexo, la emoción, la mente y la conciencia[5]. Para lograr la trascendencia a través del placer, es necesario conjuntar todas estas piezas. Esto permite un reconocimiento de sí al individuo, de quien le permite llevar el placer a lo más elevado del espíritu. Reconocerse, finalmente, en el otro. Para que se logre este reconocimiento del propio ser, debe reconocer como propio aquello que proviene de nosotros. Es decir, la carnalidad.

La chica ausente e inerte que está suspendida en mis brazos, sin hacerme ilusiones, no me es menos extraña que la puerta o la ventana a través de la (s) que puedo mirar o pasar”[6]. Se reconoce, en el amante, su naturaleza humana. Una naturaleza, explotada al nivel más alto, al mirar a través de ella y descubrir el espíritu. El espíritu de quién mira y el de quien es mirado. Un descubrimiento que permite la elevación. La elevación en el placer, creando una ausencia eterna en el grado más alto del ser. O la elevación hacia la muerte, ocultando la conciencia en la inercia del cuerpo. Ambos son estado de éxtasis, finito en el placer e infinito en la muerte, ante los cuales se imposibilita una explicación. Uno es el espejo del otro. Ante el dolor y el placer, las reacciones son casi las mismas. En ellos se encuentran el principio y el fin. El principio y el fin son uno y son lo mismo[7].

El temer a elevar la conciencia en el regazo de la vida y la muerte es temerle a la existencia. El acto sexual, convertido en tabú, condena a la creación a ser un espectro marginal. Al ser el cuerpo un suplicio, la existencia terrenal se reduce a la búsqueda, lenta y, quizá, inconciente, de la muerte. Al ser la muerte un espacio de misterio, el cual puede llevar a la conciencia a un plano más alto, pero al mismo tiempo una oscuridad inmaterial, se cae en una contradicción. Se desea arrancar la existencia de la prisión corpórea. Arrebatarle al cerebro el monopolio de la conciencia. Pero se niega, al temer, la oportunidad de desarrollar el espíritu.

“No se trata de encontrar el filtro mágico que impida morir, sino morir con felicidad”[8]. Es decir, habiendo llevado al cuerpo a lo más ato de sus posibilidades. Haber cultivado en su espíritu, la conciencia. Que no quede duda alguna de lo que se es y lo lejos que se puede llegar. Que no quede una palabra a discusión sobre los límites. Reconocerse como parte de este gran coito en el cual la imagen del movimiento terrestre “no es la tierra que gira, sino la verga penetrando a la hembra y saliendo de ella casi por completo para volver a penetrar”[9]. Sobrepasando el límite del orgasmo universal, encontrar su propio yo.

No se busca, pues, la exaltación de la brutalidad ni del sufrimiento. Es encontrar en el dolor la conciencia, pero no buscar, en el dolor inútil la iluminación. Saber que al final, se es materia, que debe ser aprovechada. Entregarse a la muerte sin que falte nada. Al final, el cuerpo es tan mortal como las plantas que “se elevan en la dirección del sol y se acuestan a continuación en la dirección del suelo […] Los árboles que crecen con fuerza acaban quemados por el rayo, talados, o desarraigados. Devueltos al suelo, se elevan idénticamente con una forma distinta”[10].

El cuerpo no es eterno. Quizá el espíritu, la conciencia que trasciende el universo. Tampoco lo sea. El hombre, como una estatua de arena, se levanta frágil. Un soplo de aire, o una oleada brava, con la naturaleza como origen, harán polvo al hombre de arena. Lo dejarán tendido en la tierra, siendo parte de ella. Su existencia se reduce a la tierra, se une con la del universo natural. Antes de ello, el hombre de arena se entregó, con toda conciencia, a las olas. Sintió la brisa en sus mejillas y encontró el éxtasis, el mismo de elevar su existencia en el placer de existir, de no negarse. Un orgasmo infinito, sabiendo que llegó a sus límites. La naturaleza lo devoró, acabó con él, en el momento justo en que su conciencia se elevó.

Mientras, en el fondo, en el agua, el sol brilla. Su resplandor se difumina. “Los seres sólo mueren para nacer a la manera de los falos que salen de los cuerpos para volver a penetrarlos”[11].El sol dictador de la humanidad, de la naturaleza, se ha convertido en un demonio. Ha encontrado su espejo. Las mejillas ahora son nalgas. La creación se ha convertido en muerte. La suciedad ha encontrado su acto sacro. Se ha vuelto sabiduría el pecado. La existencia sigue su curso. El ojo del dios se ha convertido en su ano. ¡Que el dios nos bendiga!



[1] Jodorowsky, Alejandro. Ibíd. p. 33

[2] Bataille, Georges. El ano solar. En línea.

[3] Bataille, Georges, Hegel, la muerte y el sacrificio. p. 17.

[4] Bataille, Georges. El ano solar. En línea.

[5] Tomado de una conferencia dictada por Alejandro Jodorowsky en Ciudad Universitaria, 11-04-08.

[6] Bataille, Georges, ídem.

[7] Tomado de la PelículaThe end of Evangelion’, dirigida por Hideaki Anno.

[8] Jodorowsky, Alejandro. Op. Cit. p. 190.

[9] Bataille, Georges. El ano solar. En línea.

[10] Ídem.

[11] Bataille, Geroges, El ano solar. En línea.

Thursday, April 17, 2008

El ser y la vida del hombre de arena, entre los soles oscuros del sufrimiento y el placer (parte 1)

Esto es un escrito que estoy desarrollando como exámen para la escuela. Así que les dejo, la primera parte, por aquí. Enjoy.


Que Dios bendiga mi existencia. Esa transición mundana traducida en esclavismo. Para ser bendito, debo doblegarme. Caminar con la cabeza gacha. Mirar hacia arriba, para buscar en el cielo, a la inclemente divinidad que pone su sacra sandalia sobre mi cabeza. Me miro, y miro a la humanidad conmigo. No carece de valor, es imperfecta, es sucia. Lo terrenal es sucio. Lo humano es sucio. Al final, todo lo que nos forma, lo que nos mantiene en este mundo, carece de pulcritud.

Los teosofos nos han enseñado que el cuerpo humano, al mantenerse lejano de ese mundo superior, donde la conciencia se separa de la carne, es “espiritualmente insalubre”. Somos suciedad, somos hijos del pecado. Para las filosofías espirituales, nuestro cuerpo es un estorbo, porque nos reduce al estado donde el tirano capataz, montado en su caballo solar, lacera con sus latigos de fuego nuestras espaldas.

¡Qué Dios se apiade de mí! Gritan algunos retorciéndose en el fuego. Huyen, despavoridos, al mar de las aguas benditas. A algunos les congela, la moralina, el corazón. Miran con el alma convertida en hierro, con el espíritu carente de conciencia, el mundo como si fuera peste. Cualquier grado de pasión, de placer en lo mundano, debe ser destruido. Para ellos, sería honroso que su Dios hiciera pedazos a los pecadores, como en Sodoma y Gomorra. Limpiara, en un holocausto humano, la mala sangre. Tomando en cuenta que esta mala sangre no se compone solo por pecadores, también está conformada por subordinados de la aristocracia. Al final, no solo lo humano es sucio. También lo es aquello que no pertenezca a las buenas cunas, es insalubre. Existe una ilusión de que el Señor que somete a la humanidad, por ser un dictador, perdonara a los dictadores de la oligarquia. Porque al final, esa limpieza de espiritu, es al parecer sólo posible para los poderosos, aunque se bañen cada día de mierda, no sólo el alma, sino también el cuerpo.

Riane Eisler menciona que para las religiones judeocristinas, al relegar del poder el núcleo de lo creador, de lo que otorga vida, “el conocimiento es malo, el nacimiento es sucio, la muerte es sagrada”[1]. El nacimiento, originado por el placer de la cópula, es ahora un pecado. No importa si con ello el mundo sigue su curso, al mantenerse el ser humano, con toda su conciencia (o su falta de la misma) en este plano para atestiguarlo[2]. Ahora, en vez de ser un acto de vida es una parodia del crimen”[3]. Como lo es también morir para alcanzar un estado superior de la sabiduría y la conciencia.

“No puede haber verdadera sabiduría si el Sabio no se eleva a la altura de la muerte”[4]. Esto es un crimen para aquello a quienes la muerte no les significa alcanzar la perfección espiritual, por más que busquen refugiarse en la búsqueda de la misma. Para ellos, la predicación de una sacralidad de la muerte al integrar ésta al Ser con el universo, permitiéndole conocer sin atarse a su ligadura terrenal, es pagana y maligna. La muerte es, ante todo, una muestra de poder. Permite ser propietario del destino del prójimo al arrebatarle la vida e impedirle decidir. Ante el cuerpo inerte de un santo, se le hace creer al individuo que sus acciones, alejadas de los núcleos de dominio, le han matado. Entrega, entonces, como ofrenda su espíritu. Con ello, le es arrebatada su conciencia.

Morir, para la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, vicaria del culto al cadáver de Jesús, se aleja del placer de saberse partícipe de un proceso de renovación. Se promete la vida eterna o la muerte infinita. El circular de la materia y del ser se rompen, condenando al hombre a existir infinitamente como siervo del Sacro Suicida (porque al final, él decidió entregarse y “morir para salvarnos”) o castigado en los aposentos de Satanás. Se da una negación a un principio natural, en el que “Los seres sólo mueren para nacer, a manera de los falos que sólo salen de los cuerpos para volver a penetrarlos”[5].

Se convierte, entonces, a todo acto de amor en una traición. Mas no a los principios morales. Sino al poder politico-religioso, que gobierna a los sujetos. Los esclaviza, los convierte en entes poseedores de un alma que debe inclinarse ante el Dios. Pero no poseen una conciencia. Concebirla es un crimen. Se escuda el poder en que el alejamiento de todo saber acerca a la felicidad infinita. Porque, sorpresa, la felicidad desaparece en el dolor. Craso error.

El proceso es, en la realidad, inverso. La felicidad es más pura en la sabiduría, en conocerse a sí mismo. Hacerse conciente de lo que es el universo, de cómo funciona, del papel que juega en él es minúscula partícula de Ser que es uno. Conocer a fondo las vibraciones de la existencia (el amor y la vida), de amplitud y duración diversas, conjugadas en un movimiento circular continuo[6].

De esta manera, pueden descubrirse los tres objetivos de la humanidad, según Alejandro Jodorowsky: “Conocer la totalidad del universo, vivir tantos años como vive el universo, convertirse en la conciencia del universo”[7]. ¿Eso es humanamente posible? Claro que no. Al menos no en la vida humana, que, como la belleza impotente “no puede soportar la muerte y conservarse en ella”[8]. Está claro, que para conocer, hay que ofrendar, a cambio, un poco de vida. Vida traducida en tiempo, en energía, o incluso en la entrega de la existencia misma, para alcanzar, de existir, una trascendencia, que permita elevar el saber o integrar al espíritu a la conciencia absoluta del universo. Todo ello, claro, de estar presente dicho plano de existencia supra-terrenal.



[1] Eisler, Raine. El caliz y la espada. P. 114

[2] Bataille, Georges, El ano solar. En Línea. Disponible en http://www.egelforum.net/forum/showthread.php?t=131247 . Consultado el 17-04-04 a las 10:02 a.m.

[3] Bataille, Georges. Op. Cit.

[4]Bataille, Georges. Hegel La muerte y el sacrificio. En Línea. Pag 9.

[5] Bataille, Georges. El ano solar.

[6] Bataille, Georges. Op. Cit.

[7] Jodorowsky, Alejandro. La danza de la realidad, p. 82.

[8] Bataille, Georges. “Hegel, la muerte y el sacrificio”.

Sunday, April 13, 2008

Jodorowsky, el cine, lo sgrado, la libertad...LA CONCIENCIA...

"No creo en la revolución política. Creo, más bien, en la re-evolución poética"
Alexandro Jodorowsky.


Creo que sólo un ser humano como él pudo haber reunido a tantas personas como las congregadas en el teatro Juan Ruiz de Alarcón. Personas de diferentes nacionalidades, con distintas proyecciones profesionales. Gente presente de todo el país para verlo a él, para escuchar su palabra. Encontrar el camino o simplemente comprobar que la genialidad plasmada en cualquiera de las artes donde ha incursionado, es obra de un ser humano.

Me voy a permitir, por una vez, obviar el principio de objetividad, del estilo impersonal, de todas esas lecciones de la vieja guardia de la redacción. Con esos candados estilísticos, es imposible explicar lo generado en este acto. Más allá de una conferencia, parecía una liturgia. Con el conocimiento trascendiendo el letal muro de lo académico, que Nietzsche intentó derrumbar (aunque su obra sea prisionera de la academia contemporánea). Me daré ese lujo de hacer pedazos la regla, porque el acto lo merece.

Desde horas imprudentes, en los albores de la madrugada, ya había un puñado de personas aguardando por encontrarse con aquél a quien llaman Alejandro Jodorowsky. El mismo hombre a quien se le culpa de romper los moldes de paradigmas tan distintos como el cine, el teatro o la literatura. Quien confundió a los críticos de su tiempo y que ahora, con su arte, busca curar, a veces cobrando y otras tantas exigiendo, como único pago, que el beneficiado trace, con su dedo índice, la palabra 'gracias' sobre las palmas de este hombre llamado, por muchos, psicomago.

Eran horas imprudentes. Sobre las puertas de cristal del teatro, ya se podían leer los letreros con la leyenda fatídica "Localidades agotadas para Jodorowsky". Al parecer, todos sabían quién estaba por presentarse. El chileno-ruso-mexicano-francés. El creador de 'El Topo', la película favorita de John Lennon. El creador del movimiento pánico, vanguardia que tanto ha impactado las artes escénicas en el país. El hombre que, junto al francés Moebius, re-evolucionó la historieta. Todos, menos la directiva de la Universidad.

T
an poco lo sabían, que sólo pusieron a disponibilidad 130 boletos. Con todo el arrastre, con todos los miles que le idolatramos, que le seguimos, con los cientos que congrega en sus presentaciones Europa y Latinoamérica, sólo 130 boletos. Al medio día, faltando seis horas para que apareciera en público, ya eran casi mil. Todos decepcionados de la falta de proyección. Algo que se anunció como evento de entrada libre, de gran relevancia para la comunidad universitaria, en todos los medios posibles, fue restringido para académicos y sólo unos pocos estudiantes. Siendo justamente los estudiantes quienes han convertido su vida y obra en palabra de culto.


Todo motivó a crear un movimiento para buscar un contacto con ese a quien llamamos 'Maestro'. La primera opción fue rodear el teatro, bloquear las entradas. Un moción rechazada, al ser coercitivo, primitivo, anti-psicomágico. No era el punto evitar su conferencia. El punto era verlo, escucharlo. O al menos, que el lo hiciera. Se hicieron propuestas de recrear el arte pánico, aquél que buscaba ir más allá de las emociones, apelando a la euforia, la alegría y la tragedia. Realizar instalaciones místicas, en forma de protesta y buscando un acercamiento con el artista. Todo lo posible, para construir una experiencia de vida.

Al vapor, viendo que podría cancelarse la aparición, los organizadores propusieron sacarlo a la entrada y hacerlo al aire libre. Por un lado, permitiría que todos los presentes pudieran escuchar su palabra. Se le añadiría una mística al recuperar las ancestrales pláticas de los filósofos griegos, al aire libre, en el ágora. Pero, ante la presencia de gente que no supiera respetar los espacios o los momentos, la magia podría romperse en el caos. Además, debían modificarse los planes para la conferencia. Era un riesgo, que, con tal de ser testigos de su presencia, decidimos tomar.

Cuatro horas de espera, bajo el sol de la tarde. Era un ambiente de concordia, de armonía, de ansiedad por escuchar la enseñanza de quien para unos es un gurú y para otros un genio. No podía ser más grandiosa la espera, a pesar de todo. Se podían escuchar guitarras, flautas, cítaras, tambores, cantos. Todo mientras al otro lado de la explanada unos cuantos hacían malabares, recitaban poesía, festejaban. La psicomagia, la busqueda de la salud espiritual en el inconciente, era real. El amplio espacio frente al recinto era un ejemplo, uno muy bueno.

Una tarde de letras. Ya sea de las que decoran un diario, cuyas páginas llenas de malas noticias no servían para otra cosa que no fuese cubrirse del sol. De la palabra de genio de Tocopillo, o la de Bukowski, Artaud, Rimbaud. Ya de perdida algo de García Márquez. Sin haberse parado siquiera ante nuestros ojos, estar allí era algo sublime, disfrutable a pesar del calor que ejercía un suplicio, resistido como un acto de fe.

A las 6:45, ya con la explanada repleta, salió el Maestro por la puerta principal. Esa figura con el cabello cano, de un hombre al que le gusta envejecer, pues, según sus propias palabras "el tiempo disuelve lo superfluo y conserva lo esencial". Como todas las ocasiones que se desea mostrar a los visitantes el espíritu universitario, fue recibido con un 'Goya'. Uno de los más estruendosos que he escuchado en algún lugar que no sea el Estadio Olímpico.

Dio un agradecimiento a quienes estaban presentes, declarando que nunca preparaba sus conferencias y, en un acto de humildad, no sabía que era lo que deseaban escuchar los presentes. Sabía que fue convocado para realizar una plática magistral sobre 'El teatro, el cine y lo sagrado', pero sabía que la gente quería escuchar algo más.

Habló sobre el desarrollo de su obra. Una obra a la que los gobiernos quisieron arrebatarle todo arte. Porque para el sistema, el arte es como un pingüino en la ciudad. Debe estar en el zoológico, encerrado en los esquemas, en las galerías, en la seriedad absoluta, en el snobismo absoluto. El quiso alejarlo de esa prisión y lo llevó a la calle, al cine, a la televisión. Que la gente viera y escuchara, que pudiera desarrollar una conciencia.

Su cine, a diferencia de todo lo que nos rodea, es un cine para perder dinero. Un cine que, al igual que una Coca-Cola, envenena poco a poco. Porque sabe bien, entretiene, refresca, pero no busca otra cosa que hacer dinero, dejando la conciencia vacía. Para él, su cine busca mantener el arte, al cual compara con un elixir. Porque eleva la mente, cuenta historias para llevarla a donde jamás ha estado, le muestra mundos que con la sabiduría cotidiana no pueden ser comprendidos, sino que necesita un grado de sensibilidad interior. La paradoja es que al final, muchos directores o creativos prefieren el refresco de cola frente al elixir. Es más dulce y además, deja dinero.

Por eso, si hace otra película, será una para perder dinero. Ahorrando diez años, para pagar el material necesario y producir algo que valga la pena, sin el intento de recuperar esa inversión forzozamente. Si no fuera así, el arte no se logra. Para muchos era una enseñanza de vida verlo. Para otros, una obligación académica. Sonó por lo lejos la palabra 'pendejo'. A la que sabiamente, el chileno contestó.

Eran circunstancias difíciles. El audio no era suficiente y los que llegaron sin comprender las circunstancias en las que se había 'planeado' la conferencia no guardaban silencio o se quejaban del sonido. Pero Jodorowsky fue paciente. Lo fue tanto, que aceptó abrazar a todos los que buscaron su contacto a la mitad de la conferencia, así como otras tantas interrupciones. La mayoría no sólo se mantuvo en silencio, sino que protestó por esa falta tan obvia de respeto. El maestro se mantuvo en el escenario, a pesar de todo.

Preguntas y respuestas, para concluir. Pero una generación que lo idolatra no iba a limitarse. Buscaba respuesta a sus interrogantes de vida. "¿Cómo se llega a la libertad?" "La única libertad que se puede tener, por ahora, es la libertad del espíritu. Ya cuando se tiene, por consecuencia, vienen las otras". "¿Qué es el amor?". Hay varias clases de amor. El sexual, el emocional, el mental y el conciente. El verdadero amor, solo se da cuando se tienen esos cuatro niveles del ser. Hace muchos años, escribí un pequeño poema que reza:'No quiero que me ames, quiero que ames. Nadie es dueño de un incendio'. Cuado te desprendes de alguien, empiezas a amar". Incluso, a un afortunado le leyó el tarot de memoria. "Dame 3 números del 1 al 22. El 16, la Torre, el 11, la Fuerza, y el 3, la emperatriz". Habló entonces, de la fuerza femenina, una fuerza artística, que en el espíritu del hombre estaba por brotar.

Se despidió de repente, dando gracias por ese espíritu de mantenerse allí. Salió de prisa. Mientras tanto, estaba por llover. Hubiera sido un colofón mágico que se desatara el agua. Era un tanto triste, sin embargo, que después de escuchar a un hombre que hablaba de elevar al conciencia, ésta no se mostrara. Se dejó, llena de basura, la explanada del teatro. Sin embargo, al felicidad de escucha la palabra de ese hombre, cuyo nombre sólo es una marca de la cual se ha liberado, no se borra. A quienes lo escuchamos con atención, se nos quedará la marca siempre. Esperando que regrese. Al principio, se fue porque el gobierno le impedía realizar su obra. Porque era inmoral e impúdica, por lo que no debía escucharse su voz. Ahora, sabe que hay miles dispuestos a seguir su consejo y su sabiduría. Sólo que, tal vez, sea en mejores condiciones.