Friday, March 12, 2010

Sol de Sangre al Sur del Cielo

Instrucciones:
1) Dele play a esto. Le servirá como fondo musical:



2) Lea

El pisto corre sobre la calle uno, cual si fuera un caudal agrio. Hijos de la eterna fiesta, un puñado de chavalillos se consume despacio. Se ahoga en el alcohol, se asfixia en el polvo. Encarnan al mismo demonio con los ojos enrojecidos, exhalando furiosamente el penetrante aroma de la hierba seca. Son las horas sagradas previas al amanecer y Tijuana finge dormir, esperando encontrar a la muerte en una bala perdida, un cadáver en la carretera o, como el caso de Arturo, consumiendo todo mientras su ser se consume.
Una guarida en la calle uno es el hogar nocturno para estas fieras de sangre caliente. Muros de concreto desnudo abrigan, cual caverna, a seres humanos que han abandonado su humanidad. En medio del exceso no les queda más que el instinto. Así, mientras nuestro protagonista tira los dados del cubilete sólo por reflejo, ha olvidado quitar la jeringa de su brazo. Lleva diez minutos sangrando. Nadie le pone atención.
Absortos en un estado inferior de conciencia, omiten la escena oculta tras el claroscuro. Dos focos de treinta watts mal colocados no ofrecen una mejor perspectiva. En la esquina de la habitación, como una sombra, Alberto, un cuetito de tan sólo quince años, se mea en el piso sin el menor pudor o pena. Por su parte, Armando miraba con una sonrisa maniática como una prostituta, arrastrada por una bolsita de polvo al decadente cuadro, devoraba su falo arrodillada cual monja ante el sagrario. Sólo un momento separó sus ojos de los gruesos labios que acariciaban su masculinidad. Arturo se negaba a pagar la apuesta. Un compañero de juego, sin dudarlo, sacó una escuadra.
Como buenos briagos, todo se calmó con un abrazo. Armando, como buen capataz, sabía que aún borrachos sus hombres no estaban tan pendejos como para matarse entre sí. Volvió a lo suyo, sentando en una silla de plástico a su mujerzuela. Le separó las piernas, pensando en mirar como su amada 45, esa que lo había sacado de tantos pedos, rasgaba las carnes más profundas en la putita que se encontró allá por Agua Caliente, a tres cuadras de la casa de Hank. Hurgando bajo la falda, sólo se le pudo mirar una mirada de asco. Se levantó y sin mayor explicación, su fusca despedazó el cráneo de un hombre que perdió su dignidad por el vicio, obligado a prostituirse por una mota de polvo.
Cuando las calles revelaron sus colores, los vecinos encontraron abandonado el sitio. El aroma a placeres y muerte los condujo a la silla, donde la mirada aterrada de Andrés Martín contemplaba el techo. Con ropas de ramera y el miembro de fuera, era presa fácil para los fotógrafos ávidos del mayor morbo posible. Rosalba, una buena samaritana, cubrió el remedo de cuerpo con una cobija, conciente del dolor y la vergüenza que pasarían los suyos al ver publicada una foto así en los diarios.
A unas cuantas calles de ahí, un par de borrachos a medio dormir seguían discutiendo. Un debate sobre la importancia de los valores: ¿Cuánto vale un par? ¿Cuánto vale un full?

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