"No creo en la revolución política. Creo, más bien, en la re-evolución poética"
Alexandro Jodorowsky.
Creo que sólo un ser humano como él pudo haber reunido a tantas personas como las congregadas en el teatro Juan Ruiz de Alarcón. Personas de diferentes nacionalidades, con distintas proyecciones profesionales. Gente presente de todo el país para verlo a él, para escuchar su palabra. Encontrar el camino o simplemente comprobar que la genialidad plasmada en cualquiera de las artes donde ha incursionado, es obra de un ser humano.
Me voy a permitir, por una vez, obviar el principio de objetividad, del estilo impersonal, de todas esas lecciones de la vieja guardia de la redacción. Con esos candados estilísticos, es imposible explicar lo generado en este acto. Más allá de una conferencia, parecía una liturgia. Con el conocimiento trascendiendo el letal muro de lo académico, que Nietzsche intentó derrumbar (aunque su obra sea prisionera de la academia contemporánea). Me daré ese lujo de hacer pedazos la regla, porque el acto lo merece.
Desde horas imprudentes, en los albores de la madrugada, ya había un puñado de personas aguardando por encontrarse con aquél a quien llaman Alejandro Jodorowsky. El mismo hombre a quien se le culpa de romper los moldes de paradigmas tan distintos como el cine, el teatro o la literatura. Quien confundió a los críticos de su tiempo y que ahora, con su arte, busca curar, a veces cobrando y otras tantas exigiendo, como único pago, que el beneficiado trace, con su dedo índice, la palabra 'gracias' sobre las palmas de este hombre llamado, por muchos, psicomago.
Eran horas imprudentes. Sobre las puertas de cristal del teatro, ya se podían leer los letreros con la leyenda fatídica "Localidades agotadas para Jodorowsky". Al parecer, todos sabían quién estaba por presentarse. El chileno-ruso-mexicano-francés. El creador de 'El Topo', la película favorita de John Lennon. El creador del movimiento pánico, vanguardia que tanto ha impactado las artes escénicas en el país. El hombre que, junto al francés Moebius, re-evolucionó la historieta. Todos, menos la directiva de
T
Todo motivó a crear un movimiento para buscar un contacto con ese a quien llamamos 'Maestro'. La primera opción fue rodear el teatro, bloquear las entradas. Un moción rechazada, al ser coercitivo, primitivo, anti-psicomágico. No era el punto evitar su conferencia. El punto era verlo, escucharlo. O al menos, que el lo hiciera. Se hicieron propuestas de recrear el arte pánico, aquél que buscaba ir más allá de las emociones, apelando a la euforia, la alegría y la tragedia. Realizar instalaciones místicas, en forma de protesta y buscando un acercamiento con el artista. Todo lo posible, para construir una experiencia de vida.
Al vapor, viendo que podría cancelarse la aparición, los organizadores propusieron sacarlo a la entrada y hacerlo al aire libre. Por un lado, permitiría que todos los presentes pudieran escuchar su palabra. Se le añadiría una mística al recuperar las ancestrales pláticas de los filósofos griegos, al aire libre, en el ágora. Pero, ante la presencia de gente que no supiera respetar los espacios o los momentos, la magia podría romperse en el caos. Además, debían modificarse los planes para la conferencia. Era un riesgo, que, con tal de ser testigos de su presencia, decidimos tomar.
Cuatro horas de espera, bajo el sol de la tarde. Era un ambiente de concordia, de armonía, de ansiedad por escuchar la enseñanza de quien para unos es un gurú y para otros un genio. No podía ser más grandiosa la espera, a pesar de todo. Se podían escuchar guitarras, flautas, cítaras, tambores, cantos. Todo mientras al otro lado de la explanada unos cuantos hacían malabares, recitaban poesía, festejaban. La psicomagia, la busqueda de la salud espiritual en el inconciente, era real. El amplio espacio frente al recinto era un ejemplo, uno muy bueno.
Una tarde de letras. Ya sea de las que decoran un diario, cuyas páginas llenas de malas noticias no servían para otra cosa que no fuese cubrirse del sol. De la palabra de genio de Tocopillo, o la de Bukowski, Artaud, Rimbaud. Ya de perdida algo de García Márquez. Sin haberse parado siquiera ante nuestros ojos, estar allí era algo sublime, disfrutable a pesar del calor que ejercía un suplicio, resistido como un acto de fe.
A las 6:45, ya con la explanada repleta, salió el Maestro por la puerta principal. Esa figura con el cabello cano, de un hombre al que le gusta envejecer, pues, según sus propias palabras "el tiempo disuelve lo superfluo y conserva lo esencial". Como todas las ocasiones que se desea mostrar a los visitantes el espíritu universitario, fue recibido con un 'Goya'. Uno de los más estruendosos que he escuchado en algún lugar que no sea el Estadio Olímpico.
Dio un agradecimiento a quienes estaban presentes, declarando que nunca preparaba sus conferencias y, en un acto de humildad, no sabía que era lo que deseaban escuchar los presentes. Sabía que fue convocado para realizar una plática magistral sobre 'El teatro, el cine y lo sagrado', pero sabía que la gente quería escuchar algo más.
Habló sobre el desarrollo de su obra. Una obra a la que los gobiernos quisieron arrebatarle todo arte. Porque para el sistema, el arte es como un pingüino en la ciudad. Debe estar en el zoológico, encerrado en los esquemas, en las galerías, en la seriedad absoluta, en el snobismo absoluto. El quiso alejarlo de esa prisión y lo llevó a la calle, al cine, a la televisión. Que la gente viera y escuchara, que pudiera desarrollar una conciencia.
Su cine, a diferencia de todo lo que nos rodea, es un cine para perder dinero. Un cine que, al igual que una Coca-Cola, envenena poco a poco. Porque sabe bien, entretiene, refresca, pero no busca otra cosa que hacer dinero, dejando la conciencia vacía. Para él, su cine busca mantener el arte, al cual compara con un elixir. Porque eleva la mente, cuenta historias para llevarla a donde jamás ha estado, le muestra mundos que con la sabiduría cotidiana no pueden ser comprendidos, sino que necesita un grado de sensibilidad interior. La paradoja es que al final, muchos directores o creativos prefieren el refresco de cola frente al elixir. Es más dulce y además, deja dinero.
Por eso, si hace otra película, será una para perder dinero. Ahorrando diez años, para pagar el material necesario y producir algo que valga la pena, sin el intento de recuperar esa inversión forzozamente. Si no fuera así, el arte no se logra. Para muchos era una enseñanza de vida verlo. Para otros, una obligación académica. Sonó por lo lejos la palabra 'pendejo'. A la que sabiamente, el chileno contestó.
Eran circunstancias difíciles. El audio no era suficiente y los que llegaron sin comprender las circunstancias en las que se había 'planeado' la conferencia no guardaban silencio o se quejaban del sonido. Pero Jodorowsky fue paciente. Lo fue tanto, que aceptó abrazar a todos los que buscaron su contacto a la mitad de la conferencia, así como otras tantas interrupciones. La mayoría no sólo se mantuvo en silencio, sino que protestó por esa falta tan obvia de respeto. El maestro se mantuvo en el escenario, a pesar de todo.
Preguntas y respuestas, para concluir. Pero una generación que lo idolatra no iba a limitarse. Buscaba respuesta a sus interrogantes de vida. "¿Cómo se llega a la libertad?" "La única libertad que se puede tener, por ahora, es la libertad del espíritu. Ya cuando se tiene, por consecuencia, vienen las otras". "¿Qué es el amor?". Hay varias clases de amor. El sexual, el emocional, el mental y el conciente. El verdadero amor, solo se da cuando se tienen esos cuatro niveles del ser. Hace muchos años, escribí un pequeño poema que reza:'No quiero que me ames, quiero que ames. Nadie es dueño de un incendio'. Cuado te desprendes de alguien, empiezas a amar". Incluso, a un afortunado le leyó el tarot de memoria. "Dame 3 números del 1 al 22. El 16,
Se despidió de repente, dando gracias por ese espíritu de mantenerse allí. Salió de prisa. Mientras tanto, estaba por llover. Hubiera sido un colofón mágico que se desatara el agua. Era un tanto triste, sin embargo, que después de escuchar a un hombre que hablaba de elevar al conciencia, ésta no se mostrara. Se dejó, llena de basura, la explanada del teatro. Sin embargo, al felicidad de escucha la palabra de ese hombre, cuyo nombre sólo es una marca de la cual se ha liberado, no se borra. A quienes lo escuchamos con atención, se nos quedará la marca siempre. Esperando que regrese. Al principio, se fue porque el gobierno le impedía realizar su obra. Porque era inmoral e impúdica, por lo que no debía escucharse su voz. Ahora, sabe que hay miles dispuestos a seguir su consejo y su sabiduría. Sólo que, tal vez, sea en mejores condiciones.
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