A los ingleses les cuesta abandonar aquellas tradiciones que les distinguen de los desafortunados mortales que no nacieron en su isla. Su incómoda insistencia en resistirse al euro y seguir con su libra esterlina obedece, en primera instancia, a factores emocionales, no económicos. Ese mismo conservadurismo innato fue lo que hizo que ni el comunismo ni el fascismo dejaran huella en Gran Bretaña. El rechazo al cambio, sumado a una dosis importante de nostalgia imperial, explica por qué llegaron más tarde que los demás al Mundial de fútbol y a la Copa de Europa, y por qué les cuesta tanto aceptar el concepto de Unión Europea.
Estos mismos procesos mentales son los que han estimulado la creación de la Football Supporters Federation (FSF), la Federación de Aficionados del Fútbol, cuya misión consiste en resistirse al poder de la televisión, especialmente en cuanto a la erosión de la venerable tradición inglesa de jugar los partidos los sábados a las tres en punto de la tarde.
Lo tienen difícil. El fin de semana que viene se marca un hito en la historia del fútbol inglés: el Aston Villa-West Ham será el único partido que se disputará ese día a esa hora. Todos los demás están desparramados entre el mediodía del sábado y la tarde del domingo. La FSF está en pie de guerra. "Será un fin de semana negro", declaró el presidente de la FSF, un señor llamado Malcom Clarke. "El punto de vista del hincha que va a los partidos parece estar en el último lugar de la lista de prioridades". Clarke dijo que en los próximos días su organización se reunirá con representantes de la Premier League y con diputados para expresar su malestar. Si fuera necesario, montarán manifestaciones.
Es una historia triste -en el mejor de los casos, romántica-. No hay nada que puedan hacer estos defensores de las antiguas causas contra la todopoderosa televisión y los arrolladores intereses comerciales que simboliza. La FSF cuenta, según dicen, con 142.000 socios, pero aunque la cifra realmente sea tan alta representa una diminuta muestra de la gente que ve fútbol en el mundo.
La realidad, desde el frío punto de vista de los que deciden los horarios de los partidos, es que los supporters que van a los estadios cumplen el papel de extras en un gran evento mediático cuyos protagonistas son los jugadores. Aportan color, sonido y pasión (por eso las cámaras se dirigen tanto a las gradas) a un espectáculo televisual del que disfrutan infinidad de personas en Europa, Asia, África y las Américas. Y si hay que poner un Manchester United-Arsenal a las 12.45 para que en Pekín y Tokio lo puedan disfrutar justo después de la cena, o un Liverpool-Chelsea a las 18.00 para que no tengan que madrugar demasiado en Los Ángeles y Vancouver, pues los extras a callar, a cumplir con su papel.
El problema que tienen los quijotes de la FSF, y el motivo por el que nunca vencerán al gigante, es que el amor por el fútbol es la tradición más inquebrantable de las muchas que hay en Inglaterra. Y como todo amor loco, les lleva a tolerar cualquier indignidad, pagar cualquier precio. Las entradas para los partidos de la Premier cuestan el doble de lo que cuestan en España, pero los estadios siempre están llenos. Y si el pay per view en China se dispara y ponen los partidos a la una de la madrugada, lo seguirán estando.
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