Gattuso...
Pienso en él, y pienso en mí. Al fin y al cabo, es un héroe personal. Un modelo de lo que yo quise ser un día...
Para los puristas del juego, aquellos que a pesar de su maestría en filosofía del fútbol no dejan de considerar una mierda dorada el estilo del Calcio, él es un modelo también. Pero de todo lo que el deporte no debe ser. Es un insulto al talento, a la elegancia, a la pelota. Es el enemigo de todo aquello que Maradona, Pelé, Cruyff, Di Stéfano y otros tantos se encargaron de construir. Un cáncer que le quita al juego su belleza en pos de un resultadismo brutal, sin miramientos. Ganar a costa de lo que sea, incluso jugando feo. Gattuso representa a esa escoria. Si Cruyff fuera Platón, aprendíz de un socrático Rinus Michels, Ringhio sería Georgias, sofista experto en la retórica del catenaccio.
Cuando Gennaro creció en Calabria, jugando en la playa, nunca tuvo habilidad alguna en los pies. Nunca tuvo toque, regate. Sólo una magna bravura y un corazón combatiente, amante del juego. Porque, si en algo concuerdan argentos, holandeses y españoles es que al balón se le trata con amor. Un amor que el 8 de Italia entiende como sadomasoquista. El se lastima, lastima, se muere en cada jugada. Todo por ese cariño. A pesar de su carencia de fineza natural, ese aprecio por el deporte lo llevó lejos.
Nací con un amor inmenso por el espectáculo más grande del mundo. Entre mi primeras prendas estaba una camiseta. Entre mis primero juguetes un balón. Pero la genética no me dió habilidad. Mis piernas son troncos. Mis rodillas son óxido puro. A muy temprana edad ya sabía que nunca sería jugador de fútbol. Mejor dicho, jamás me imaginé jugándolo sin que fuera una diversión vespertina. Igual él. Nunca se imaginó dejar de ser un pescador. O estudiar. Porque a pesar de su ímpetu, el hombre no es un bruto. Apovechó ese don, esa velocidad, para hacerse un espacio en ese sueño casi imposible.
Lo ví por primera vez en esas mañanas donde, junto al desayuno de pan, leche y queso, había fútbol. A veces Calcio, a veces español. Un Milán enfrentándose a algún equipo de media tabla. Quizá Empoli, quizá Catania. Ahí estaba él. Corriendo tras la pelota, pelando cada balón, derrochando labor física. Un pecado según el pensamiento clásico de la mitología argentina, donde sólo se corre lo necesario y lo demás es talento. Aquí no. Aquí lo que hay es lucha. Lo que le faltó a Cruyff en sus tiempos, y lo que le falta a la albiceleste sin Maradona. Mucho talento, buen plantemiento táctico, corazón. Pero poco esfuerzo.
Recuerdo cuando jugaba (sigo haciendolo, pero lesiones ajenas al fútbol me impiden hacerlo seguido). Pelando cada balón. Repartiendolo correctamente (ojo, una habilidad poco vista de Ringhio, recupera y entrega el balón con eficiencia). Me fundía, pero me sentía vivo. Encontraba una función en la cancha. Así jugaba Gennaro ese día. Nunca se me borrarán de la memoria sus carreras de locomotora y su esfuerzo. Uno que daba frutos. Uno que lo hacía vivir.Disfrutar su juego. Como yo disfrutaba el mío.
Hoy leo libros recientes sobre filosofía. En muchos textos, es un blanco muy común. Gattuso y su falta de talento. Dejando prioridad al talento nato sobre los cojones. Criticando ese "ganar como sea". Un producto del capitalismo salvaje,inventado por los italianos. El fútbol-arte, convertido en industria cultural. La victoria vende. Aunque sea fea. De eso viven los clubes. Las marcas de ropa. Los patrocinadores.
Tienen razón. Pero ni Italia, ni mucho menos Gattuso, tienen la culpa de ello. A los oriundos de la nación-bota, les duele la derrota. Desde el renacimiento, van de una en una. Perdiendo guerras como partidos de fútbol, tal como decía Churchill. Por ese afán de revancha ante su propia historia, se han creado una cultura que hace de la victoria un arte. Su estilo de defender es hermoso. Impecable, casi perfecto. Su despliegue de líneas, en pocos toques y a velocidad, termina casi siempre en un inmaculado contraataque. Para que al final, como lo dijo también el ex-Primer Ministro británico, juegan cada partido como una guerra.
Así juega él. Por eso pelea. Disfruta, sin perder el piso. Estrellándose con él o enviando al mismo a sus rivales. Pero viviendo el juego. Aunque los filósofos digan misa, hace de la retórica epísteme.
1 comment:
Comprenderás que por mi natural dsitracción no tengo la más remota idea de quien hablas, pero me encanta lo que has escrito y me ha generado curiosidad.
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