Friday, April 18, 2008

El ser y la vida del hombre de arena, entre los soles oscuros del sufrimiento y el placer (parte 2)

Ya saben, pueden copiar este trabajo y mostrarlo a quien deseen, o usarlo para sus tareas, pero nada de andar lucrando con esto. Tengo los originales impresos, así que puedo hacerles una controversia. Enjoy.

El cristianismo y toda religión, proponen la existencia de dicho plano, mas no de la oportunidad de elevar el espíritu. La muerte es una puerta, para los elegidos, al palacio de aquél que es llamado Cristo. Para alcanzarlo, y ‘ver su rostro’, es preciso existir con el único propósito de alcanzar un sitio en los reinos del cielo. Sin embargo, se olvidan de vivir, de existir. Olvidan cultivar su conciencia, atados al poder. El dominio les hace negar el dolor, darle la vuelta a la muerte, no mirarla de frente. El saber es una pena, que debe ser ahorrada. Incluso, les hacen creer que la existencia es un suplicio que terminará, para ser sanados en el regazo del Señor.

Por ello “quien conoce el dolor se acerca a la sabiduría”[1]. Quien vive, conciente de que su deber es construir una conciencia, se dedica a cultivar su Ser, sin alejarse del mundo. Porque, es en este plano donde se desarrolla, con el cuerpo que posee. No puede negarse como un ser, el cual siente, el cual existe, el cual está lleno de deseos. El individuo, usualmente, tiene dos opciones. O hundirse en el infierno de sí mismo, sin la posibilidad o con el miedo a explotar sus posibilidades, o arrancarse de su cuerpo, cultivando el espíritu puro. En ambos casos, el cuerpo queda reducido a una escoria, a una piel que será destruida pronto y la cual, o es usada para atársela al cuello, o simplemente debe de ser olvidada.

¿Es imposible, en cualquier caso, lograr una elevación de conciencia en este plano humano? Tal vez estamos mirando muy arriba. Mirando a encontrar, en un sol de divinidad dominadora, una respuesta fría a las necesidades del espíritu. Existe un dicho popular que reza “las mejillas del Diablo, son las nalgas de Dios”. Al final, no es sólo la humanidad lo que se relega al fondo de un pozo, sino también la oportunidad de encontrar eso que llaman ‘iluminación’, sin arrancarte del mundo terrenal. Tal vez, sea posible al asirse un poco más a esas raíces, existiendo sin separarte de lo humano. Tal vez, se logre, exaltando lo humano, usándolo como escape de las atrocidades del espíritu.

“La erección y el sol escandalizan lo mismo que el cadáver y la oscuridad de las cuevas”[2]. El individuo niega que mantiene un deseo. Porque, ante el aséptico dominio de la religión del Sol, desear el placer es un pecado. Lo es, más todavía, ser partícipe del mismo. Escandaliza la elevación de un hombre al nivel de la sacralidad solar, a través de la sabiduría y el placer continuo. Porque, ante la comunidad que vive penando su mortalidad, el ascender a Dios mediante la corporeidad provoca el desconcierto. El desconcierto genera envidia, luego rechazo y una crisis de los individuos por desconocer, muy a su pesar, la forma en que pueden alcanzar ese estado.

Padecen el cuerpo. Sufren con él y por él. Pero la mayoría nos dejamos a abandonarlo. Hay muchas razones. Tal vez abandonar todo lo que se tiene en este mundo es muy difícil de abandonar para quien muere. Quizá, también, porque teme no poder encontrarse con esa elevación de conciencia en el otro plano. Para muchos, eso es el infierno, más allá de los paraísos congelados papales. Temen no encontrar a su Dios, o peor aún, que dicho Cristo no exista. Un miedo a no completarse. Un miedo a no ser más. Un terror hacia la anti-materialidad. Miedo a sumirse en el oscuro vacío, con la oscuridad de una cueva.

¿Cómo evitar el horror? Enfrentando a la muerte. Enfrentando a la materia viva que nos forma. Enfrentando a la conciencia de que el cuerpo se marchitará algún día, dejando libre al espíritu. Pero el espíritu, es decir, la conciencia, se forma aquí. Se desarrolla en este plano, y sólo acercándolo a sus límites, es decir, los límites del cuerpo, puede elevarse. Si se enfrentan los límites de la mente, la conciencia genera sabiduría. Enfrentando los límites del placer, el cuerpo se acerca a la esencia de la vida, que es la creación. Por tanto, se genera sabiduría. Enfrentando a los límites del dolor, acercándose a la antesala de la muerte, se crea conciencia.

Enfrentar el placer y el dolor es un asunto mucho más profundo que hacerse cortes con una navaja en las muñecas de manera recurrente. O de arrojarse a un precipicio cada cierto tiempo con una cuerda atándote a tierra firme. No, es muy diferente. Es acercarse a la muerte, con el dolor o mediante el sacrificio. Tiene que sentirse morir o, en el caso del sacrificio, “identificarse con el herido de muerte, así se muere viéndose morir con el arma del sacrificio”[3]. O, en todo caso, debe aceptar a la muerte como lo que es. Es, al final, doloroso. Pero recordemos que quien conoce el dolor se acerca a la sabiduría.

Quien rechaza el placer se rechaza a sí mismo. Rechaza la expresión del Jésuve, “la imagen del movimiento erótico, dando por fractura a las ideas contenidas en la mente la fuerza de una erupción escandalosa”[4], en su propio ser. El Jésuve es, en tanto, el producto eterno de la pasión natural. Un eterno coito interior. Un eterno deseo. Los deseos fluyen por la corporeidad humana. Es decisión del ser humano si los reprime o los deja libres. Si los reprime para elevarse o para frustrarse. Si les libera, si los sacia, para ascender en el plano de la conciencia, o para hundirse en una cloaca inmunda.

Para Alejandro Jodorowsky, existen tres niveles del ser. El sexo, la emoción, la mente y la conciencia[5]. Para lograr la trascendencia a través del placer, es necesario conjuntar todas estas piezas. Esto permite un reconocimiento de sí al individuo, de quien le permite llevar el placer a lo más elevado del espíritu. Reconocerse, finalmente, en el otro. Para que se logre este reconocimiento del propio ser, debe reconocer como propio aquello que proviene de nosotros. Es decir, la carnalidad.

La chica ausente e inerte que está suspendida en mis brazos, sin hacerme ilusiones, no me es menos extraña que la puerta o la ventana a través de la (s) que puedo mirar o pasar”[6]. Se reconoce, en el amante, su naturaleza humana. Una naturaleza, explotada al nivel más alto, al mirar a través de ella y descubrir el espíritu. El espíritu de quién mira y el de quien es mirado. Un descubrimiento que permite la elevación. La elevación en el placer, creando una ausencia eterna en el grado más alto del ser. O la elevación hacia la muerte, ocultando la conciencia en la inercia del cuerpo. Ambos son estado de éxtasis, finito en el placer e infinito en la muerte, ante los cuales se imposibilita una explicación. Uno es el espejo del otro. Ante el dolor y el placer, las reacciones son casi las mismas. En ellos se encuentran el principio y el fin. El principio y el fin son uno y son lo mismo[7].

El temer a elevar la conciencia en el regazo de la vida y la muerte es temerle a la existencia. El acto sexual, convertido en tabú, condena a la creación a ser un espectro marginal. Al ser el cuerpo un suplicio, la existencia terrenal se reduce a la búsqueda, lenta y, quizá, inconciente, de la muerte. Al ser la muerte un espacio de misterio, el cual puede llevar a la conciencia a un plano más alto, pero al mismo tiempo una oscuridad inmaterial, se cae en una contradicción. Se desea arrancar la existencia de la prisión corpórea. Arrebatarle al cerebro el monopolio de la conciencia. Pero se niega, al temer, la oportunidad de desarrollar el espíritu.

“No se trata de encontrar el filtro mágico que impida morir, sino morir con felicidad”[8]. Es decir, habiendo llevado al cuerpo a lo más ato de sus posibilidades. Haber cultivado en su espíritu, la conciencia. Que no quede duda alguna de lo que se es y lo lejos que se puede llegar. Que no quede una palabra a discusión sobre los límites. Reconocerse como parte de este gran coito en el cual la imagen del movimiento terrestre “no es la tierra que gira, sino la verga penetrando a la hembra y saliendo de ella casi por completo para volver a penetrar”[9]. Sobrepasando el límite del orgasmo universal, encontrar su propio yo.

No se busca, pues, la exaltación de la brutalidad ni del sufrimiento. Es encontrar en el dolor la conciencia, pero no buscar, en el dolor inútil la iluminación. Saber que al final, se es materia, que debe ser aprovechada. Entregarse a la muerte sin que falte nada. Al final, el cuerpo es tan mortal como las plantas que “se elevan en la dirección del sol y se acuestan a continuación en la dirección del suelo […] Los árboles que crecen con fuerza acaban quemados por el rayo, talados, o desarraigados. Devueltos al suelo, se elevan idénticamente con una forma distinta”[10].

El cuerpo no es eterno. Quizá el espíritu, la conciencia que trasciende el universo. Tampoco lo sea. El hombre, como una estatua de arena, se levanta frágil. Un soplo de aire, o una oleada brava, con la naturaleza como origen, harán polvo al hombre de arena. Lo dejarán tendido en la tierra, siendo parte de ella. Su existencia se reduce a la tierra, se une con la del universo natural. Antes de ello, el hombre de arena se entregó, con toda conciencia, a las olas. Sintió la brisa en sus mejillas y encontró el éxtasis, el mismo de elevar su existencia en el placer de existir, de no negarse. Un orgasmo infinito, sabiendo que llegó a sus límites. La naturaleza lo devoró, acabó con él, en el momento justo en que su conciencia se elevó.

Mientras, en el fondo, en el agua, el sol brilla. Su resplandor se difumina. “Los seres sólo mueren para nacer a la manera de los falos que salen de los cuerpos para volver a penetrarlos”[11].El sol dictador de la humanidad, de la naturaleza, se ha convertido en un demonio. Ha encontrado su espejo. Las mejillas ahora son nalgas. La creación se ha convertido en muerte. La suciedad ha encontrado su acto sacro. Se ha vuelto sabiduría el pecado. La existencia sigue su curso. El ojo del dios se ha convertido en su ano. ¡Que el dios nos bendiga!



[1] Jodorowsky, Alejandro. Ibíd. p. 33

[2] Bataille, Georges. El ano solar. En línea.

[3] Bataille, Georges, Hegel, la muerte y el sacrificio. p. 17.

[4] Bataille, Georges. El ano solar. En línea.

[5] Tomado de una conferencia dictada por Alejandro Jodorowsky en Ciudad Universitaria, 11-04-08.

[6] Bataille, Georges, ídem.

[7] Tomado de la PelículaThe end of Evangelion’, dirigida por Hideaki Anno.

[8] Jodorowsky, Alejandro. Op. Cit. p. 190.

[9] Bataille, Georges. El ano solar. En línea.

[10] Ídem.

[11] Bataille, Geroges, El ano solar. En línea.

3 comments:

Akasha De Bathory said...

reflexivo, profundo, sin duda de lo mejor que has escrito... me gustó incluso el ineludible sentido trágico... seguramente no será de lo mejor q seas capaz de hacer...
Besos =:3

Anonymous said...

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