Cuando yo era un niño, era un devoto creyente del movimiento olímpico. Veía los juegos como una ventana en la cual las naciones podían intercambiar sus culturas e unirse. Seguía los ideales de paz y unión universales que el olimpismo persigue a través del lema: más rápido, más alto, más fuerte. Era sólo un pequeño...
Llegó mi adolescencia y con ello mi conciencia política. Descubrí en los juegos después de la edición de Berlín (en todos, absolutamente todos) ese halo porpagandístico que anula los ideales tradicionales en favor de una muestra de poder. Fue una de las pocas veces en que el ver la realidad me rompió el corazón. Una de las pocas veces donde dí la razón al Estado de que eramos más felices desconociendo lo que pasaba.
Aún así, seguí esperando estos juegos, que acaban de concluir. A pesar de que lamenté la represión al Tibet, a pesar de la evidenciada corrupción en el sistema deportivo mexicano, a pesar del belicismo cotidiano en muchas partes del globo. Yo confiaba en otra bella muestra, aunque fuera una máscara, de los alcances humanos. Del alcance de los límites. De la fe en la especie que se dice racional.
Hubo un sabor agridulce. Competitivamente, fueron bellos. Recordaré a Isinbayeva, a Phelps, a Bolt. No se me borrará de la memoria esa clase para competir de mi querida Yelena, ni la muestra de que un tercermundista puede poner en evidencia a la nación más poderos. Me quedo con la prensa venezolana y sus atrocidades históricas. Me quedo con las patadas del Taekwondo, una muestra más de que en este país ganan las personas, no las instituciones corruptas.
La férrea organización hizo de estos juegos memorables por su perfección técnica. Pero le faltó algo. Un público frío, que no comprendía la pasión de las demas culturas por sus deportes. Que callaba los cánticos y, a veces, censuraba los festejos. Un sabor agridulce que se une a las sospechas de que algunas pruebas estuvieron arregladas para que ganaran los locales, lo que casi se pone en evidencia en el Tae Kwon Do y en la Gimnasia.
Conozco el trasfondo de el evento. Pero mi niño interior anhela ya que pasen cuatro años. Que ya estemos tomando ese gracioso autobús y nos vayamos a Londres. Un niño interior que anhela los Panamericanos de Guadalajara en el 2011. Que dejen un sabor de boca tan bueno, que permita a mi ciudad ganar una sede olímpica.
Es un sueño infantil... que guardaré los siguientes cuatro años... hasta que la antorcha se encienda...
Les dejo un último video...
es OBLIGADO que los fans de la WWE lo vean...
It's True...It's True...
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