Por cierto, todo lo que viene está plagado de spoilers, incluso de otras series.
Últimamente he tendio un humor bastante extraño, incluso para mí. Me he levantado los últimos días con una sensación prácticamente nueva en mi vida: la nostalgia por el ayer.
No es esa nostalgia recurrente en mucha gente mediante la cual se declara que todo tiempo pasado fue mejor. No es eso. Es más bien un sentimiento del tipo: en el pasado sentía que algo me pertenecía, que era nuestro. Ahora mi generación se ha quedado sin nada.
últimamente, por ejemplo, me dado por revisitar Charmed, como en mi adolescencia. Y vovler a explorar los viejos fanfics donde la historia del poder de tres era sólo la base para llevar nuestros propios relatos a otro nivel. Eran tiempos donde tú y tus amigos podrían tocar con una calidad pobrísima canciones de Sepultura en amplificadores reales. Era un tiempo donde podías jugar futbol en la calle a alatas horas de la noche sin miedo a terminar muerto.
Siento, sin embargo, que las cosas de hoy me parecen ajenas. Tan ajenas como la calle misma, que ya no le pertenece a la gente ni a los niños del barrio por temor a la delincuencia. Ya no tengo el tiempo para escribir (ni el lugar) fanfics sobre algo y, mucho menos, puedo cantar con una banda sin que me de vergüenza. Todo ello ya me parece ajeno.
Podría culpar al trabajo de todo eso, pero sería mentir. Amo escribir, amo descubrir el mundo, amo mostrar el mundo a través de las letras. Aunque, siendo sinceros, la labor diaria empeora el sentir. Es un mundo muy vasto donde lo único que es realmente mío son unos cuantos metros cúbicos en mi habitación. E incluso eso afirmar eso puede dar pie a una seria disputa.
Al menos algo era mío en el pasado, y duele ver que esa es la única distancia entre yo y un chico de 16 años que masacró a sus compañeros de escuela. Cuando yo tenía su edad, escribía igual que él. Cuando yo tenía su edad, odiaba al mundo y a la humanidad tanto como él. Pero, al menos, tenía la sensación de que parte de ese mundo que odiaba era completamente mío. Entonces, las últimas dos líneas de su texto final ("Seizure in the Pestilence that is my scythe. Die, all of you".), prodcucto de esa sención de que nada le pertenece, podría ser al diferencia entre que yo esté escribiendo esto a los 23 y él tenga que rendir cuentas a la policía por homicidio múltiple a los 16.
Curiosamente, todo empezó por querer ver una serie meramene divertida con mi chica. Así nomás.
Últimamente mi novia y yo hemos designado la apreciación semanal del anime como un ritual obligado. Ella está en el rush de su tesis profesional y yo en el ajetreo de un trabajo a tiempo completo. Por tanto, para ambos es una especie de bendición echarnos un día completo a la semana en el sillón para ver una serie de monitos coquetos taka taka.
La última serie que habíamos visto era Code Geass. Para elegir, estaba dos opciones, Genshiken o Madoka. Geass ya nos había otorgado un Mind-Screw-sci-fi-político-revolucionario-Zeroesunclondelsubcomandantemarcos-Clamposo que tanto nos gusta, pero otro esfuerzo mental consecutivo con Madoka era algo para lo cual no estaba en el mood correcto. Así que me fui por Genshiken.
Mi vida como fan del anime me ha enseñado algo que yo llamo "La regla de Anno" (de..no del..aunque pareciera..): Si vas a ver alguna serie en algún momento crucial de tu vida, el resultado emocional va a ser muy, pero, muy jodido. (Lo cual ocurre normalmente al releer o revisitar una serie en particular por la cual bauticé así al referido anatema).
El planteamiento de la serie ronda lo simple: en una universidad pública de Japón, un grupo de aficionados extremos al anime, el manga, el cosplay y los videojuegos se reunen en un club para discutir sus aficiones y darle por medio de las mismas algo de sentido a sus vidas. Tal cual. Ahí es justamente donde incian mis problemas.
Bienvenidos a la bizarra y gris Facultad de Ciencias Políticas y...oh, wait...
Kanji Sasahara, un estudiante común y corriente de universidad, entra al club, donde al principio no está seguro si es tan fan de la cultura popular japonesa como sus compañeros. Hay de todo y algunos están incluso especializados. Desde el dibujante apático, hasta el dedicado diseñador de cosplay (con una novia igualmente dedicada a lucirlos), e incluso el gamer extremo con una novia que rechaza en lo absoluto pertenecer a ese mundo. En fin, todo un mundo de rareza para elegir.
Aquí la proyección no es precisamente sobre personas en particular, sino por situaciones. Basta decir que, por momentos, la juntas de Conexión Manga aprecían divertidas y extrañas reuniones de la Sociedad para el Estudio de la Cultura Visual moderna. Un lugar con una plática extensa sobre casi todo lo nuevo en ese mundillo, incluso con los cambios de tema desde el 2D y la vida real.
De hecho, creo que sólo podría reflejar a una persona que conozco en la serie (un Madarame en particular, cuya identidad protegeré). Lo demás, me ha ocurrido alguna vez: desde jugar Guilty Gear contra un rival casi invencible, hasta preparar una publicación en tiempo límite, mientras se disutía que se iba a hacer con la convención de comics en turno. Todo mientras tenía que preocuparme por sacar las amterias y titularme.
¿Por qué me ha pegado tanto? Porque eran buenos tiempos, tal cual. No es que la actualidad me resulte mala, sólo es muy distinta a como era antes. Sin embargo, todo es muy distinto, todo ha cambiado muy rápido. Hace poco más de un año, mi vida era la misma que la del club Genshiken. Ahora, si bien me mantengo firme en la afición, no puedo negar que no puedo participar en ella de manera tan intensa.
Los dos ultimos episodios fueron una puñalada, porque refleja incluso la inseguridad de gente como nosotros, en un mundo como el de ahora, siendo jovenes y buscando trabajo. El fenomeno nini existe por algo, y es muy fácil reflejar ñas historias que te han contado al respecto en un personaje inseguro que, de tanto buscar y no encontrar, termina creyendo que su conocimiento no tiene valor.
Sasahara termina encontrando una espacio en el trabajo de sus sueños como editor. Y comienza a ganarse un lugar en este nuevo mundo. Justo como lo he empezado a hacer yo mismo desde hace unos meses. Fue la gota que derramó el vaso. Me puse a llorar como regularmente no lo hago con nada. Creo que, al fin y al cabo, esto es de lo que nos hablaron cuando nos platicaban sobre crecer y madurar: enfrentar que las cosas ya no son como antes.
Si esto fue lo que provocó una serie sobreuna realidad todavía algo cercana, no quiero ni imaginar como podría tocarme en unos 3 o 4 años, cuando posiblemente este mundillo de la afición al anime, mana y los videojuegos en la universidad sea un poco más lejana.
Aún así, me he quedado con un enseñanza: el crecer, el madurar, no necesariamente tiene que arrancarte de tajo todo lo que eres, todo en lo que crees y todo lo que te ha hecho feliz. Diría Keey King, el guitarro de Slayer: "A veces uno píensa que cuando uno se hace viejo debe guardar sus discos de punk y heavy metal en el sótano, y dedicarse a escuchar jazz contemporáneo. Al diablo con eso".
No soy el único, creo que ha permanecido fiel al mundillo a pesar del paso del tiempo. Y no por negarnos a crecer, sino porque es parte de lo que me ha construido como soy ahora. Porque todo eso, alguna vez, podía decir que me pertenecía.
Ese sentido de pertenencia que hizo la diferencia entre mis escritos de adolescencia y las dos frases finales de T.J. Lane.
No comments:
Post a Comment