No se inmutan, no se hieren, no se hablan, no se apuñalan, no se devoran, no se abrazan, no juegan.
Hago de la mirada un menage a troi, pero con un toque de perverso voyeurismo.
Ellos se despedazan con la mirada, mientras sólo me dedico a observar su carnalidad òptica.
No se guiñan siquiera. El más mínimo gesto podría alterar un delicado equilibrio natural.
¿A qué jugamos?
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