"Éste es el juego del calentamiento... hay que seguir...las órdenes del sargento..."
¿Qué hacer para hacer arder a la ciudad en llamas?
Los vientos del norte, aún lejanos, anuncian fúenebres los juicios infernales. ¿Acaso no escuchas el silencio del fuego, dulce agonía de mis entrñas? El asfalto se derrite impunemente y tú, sumergida en esa suburbana esperanza, aguardas lentamente por la ingrata eternidad de la inexistencia.
Una mirada fría, cuyo candor ya ha sido apaciguado por la desesperanza, se niega a sucumbir ante los efectos de la resaca vitalicia. La vida, pecado original que se lava en el sacramento mortuorio, ya no luce en tus pupilas. Vaya extrañeza, amante mía, que todavía te mantengas contribuyendo a la catástrofe ambiental, exhalando carbono.
Y Dios se ríe de mi, rodeado de sus demonios. Jugando con mi existencia al ajedrez, en un tablero donde vas ataviada cual dama. Un simple peón va en tu cacería, un alfil te acosa en la lejanía. La religión, impía, sabe que basta una movimiento de tus manos para terminar con este asunto y sepultarlos a ambos.
¿Acaso el cardenal desconoce tus atributos? Hechicera apátrida, inmisericorde piadosa. Manipulas y sueñas que las jugadas suceden al revés. Conocedora de posiciones, te desvaneces en la bruma. La frontera entre lo que se mira y lo que se desconoce es tu guarida. Desde allí, vigilas lo evidente y lo transformas en converso creyente de lo que aún no existe. ¿Existirá? Ni tu misma lo sabes... y aún en medio de esa duda, eres capaz de transformarle el ser.
Una fila de cicatrices cubren tu carne. Marcas de la humanidad que te ha sido arrebatada. Cruento testimonio de las lágrimas que se han secado. Sin embargo, desde hace ya muchos ayeres son noticia pasada, aunque ruegues al sagrario por su actualidad. La santa inquisición de la carne ha ejecutado tu espíritu, por más que hayas suplicado clemencia.
Si acaso has demostrado algo, es tu naturaleza demoníaca. Sierva de Dios en carne, combates al maligno, atentando contra tu naturaleza, para ganarte el favor de los fieles incautos. Sutil estrategia de dulces ganancias, tu acceso más sencillo al banquete de las almas.
Y aún así, en medio del caótico azar te pintas los párpados y vas a misa los domingos. Sonriendo ante el crucificado cadaver que devoras con el canibalismo de tu mirada. Bendita seas, oscura sinfonía-
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