Si Jesús viviera en nuestro siglo, la biblia contaría la rebelión del Señor ante el Padre. El Salvador se ngaría a salvar a una raza que añora con fervor su propia destrucción. Que no escucha más allá de los cánticos de ira que destila su andar cotidiano. La demencia colectiva es luz y sombra a la vez, dado que cubre cada parte de la existencia. Quizá el ser humano no sea digno de la vida eterna. Es posible, incluso, que a pesar de la tradición jdeocristiana sea carente de alma propia.
Por eso, Mirko admira, bajo la frágil lluvia que anuncia el adviento otoñal, el resplandor rojizo y engañoso de la luna. Entre la niebla que levanta el agua que cae, el astro se mira sanguinolento. Cómo si llorase de angustia, mientras atestigua el ocaso humano. La noche, junto con ella, se pinta de carmesí y el muchacho de apenas trece años eleva una plegaria al Cristo que yace despedazado en la pared de su habitación.
Una lágrima de sangre rueda por la mejilla derecha del Rey de Reyes. Una caída desde el segundo piso mutiló sus piernas ya escarnecidas por la voluntad de los fariseos y la inocencia de Pilato. Sus brazos se extienden con un rictus de crueldad que aterrorizaría a cualquier hombre cuerdo. Pero es él quien tiene piedad. No es extraño, entonces, que previera un holocausto.
La lluvia ultraja la visión de la tierra. La penetra y le hace gemir de un placer sádico ante la impotencia de que, la decisión última de precipitarse no le compete. Sólo queda el pavimento como un duro cinturon de castidad, que le arrebata toda fertilidad. Sobre el candado sacro, se acerca el más duro de los castigos.
Cuando la agonía alcanza su consumación, el señor mira. Mirko gira su cabeza y se da cuenta de la absurda realidad. El Redentor llora sangre. De lo que eran piernas y ahora son raíces brota unlíquido viscoso rojo, ácido. La Santa Figura y el Verdadero Rostro se consumen en un trajín veloz. La sangre duele como el fuego mismo. Pero no deja de parecer una ilusión.
Con cuchillo en mano, el criminal hace trizas a la dama de rojo. Las lágrimas de agonía y la sangre caliente se difuminan entre las gotas de lluvia. No es un asesinato. Es una carnicería. Los senos quedan separados del pecho. La boca es abierta hasta los oídos, poco antes de que se le arrancara la lengua sin dar atención a un grito ansioso de muerte. El arma atraviesa los intestinos sin tregua, baja en un corte perfecto al vientre. Una virgen sacra da a luz su propia sangre en un martirio sin fe.
Mirko sale al balcón. La sangre empapa su rostro. En el suelo se estampa sus huellas escarlata. Mira fijamente el rostro lunar. Nadie, nada, distruba el silencio, una sinfonía de lamentos agónicos y gritos que brotan del pánico. Son tantos quese ahogan entre sí y desaparecen. Menos para la mente deljoven, que bajo el bautizo del cielo, cierra los ojos y vuelve a soñarcon aquella vez. Donde, cuchillo en mano, le arrancó a la madre celestial su casta honra.
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